The Literary Review
Fiction Page 30
Caballos (sueños)
by Myrna Nieves
Sueños bellos, de tonos otoñales: anaranjados, dorados, verdes, rojos, marrón. Clima cálido y agradable. Dos caballos se meten al agua de un lago o estanque. Uno es negro y el otro es blanco; son grandes, bien formados, brillosos, con el pelo sedoso y las crines trenzadas, largas y delgadas. En el agua y en su piel se reflejan las ramas de los árboles, como temblorosa paleta multicolor. Los caballos relinchan y se reconocen con gozo y amor.
La llamada
Una hermosa manada de caballos. El dueño, llevado por un impulso, reconoce su belleza y dignidad; abre el corral. Cuentan que, hace unos ochenta años, mi Tío Lázaro compró $2000 en aves de todas partes del mundo (para la época era mucho dinero). Construyó una enorme jaula donde casi cabía una casa, con arco de entrada, árboles y fuentes de agua en el interior. Un día en la mañana se les quedó mirando y luego abrió la jaula de par en par. Entre el alboroto de las alas y las plumas que caían y ante los ojos atónitos de sus familiares, que corrieron a ver lo que ocurría, mi tío le gritaba a los pájaros de colores “¡Váyanse, carajo, que ustedes son libres!”
La pradera es verde, salvaje, de fiesta. Allá lejos, los caballos trotan y retozan, alegres. Ha pasado algún tiempo. El cielo abre arriba, todo azul, claro, inmenso. Se oye un silbido y un bello caballo grande, quizá una yegua, de larga y sedosa crin, reconoce algo; relincha. Es líder del grupo, le indica a los demás caballos que se va a separar momentáneamente. Los otros pastan plácidamente. Al galope, la yegua se acerca a un riachuelo. El antiguo dueño, con una soga, se acerca. Echa de menos sus caballos. Tiene barba de varios días, ojeras, las ropas estrujadas. Se alegra de ver la fidelidad y el amor de su caballo favorito.
El hombre entra al agua y el caballo entra al agua también. Caminan al acercamiento. Llegan a una parte más honda de las aguas. Lo observo todo desde el costado del caballo. El hombre le habla con suavidad y el animal, realmente magnífico, enorme, baja y sube la cabeza en gesto de cariño. El hombre, no descartando el posible peligro, se ha acercado con cautela, le pone la cuerda por el cuello. Desde mi perspectiva, pienso: error: no debió tratar de someterlo de nuevo. La yegua no la rechaza, pero no da otro paso. El agua les llega al pecho a ambos, a veces salpica y empaña todo, como si lo viera yo por un lente. El hombre camina hacia atrás y el caballo lo observa. El hombre hala la soga. El caballo no se mueve. El hombre hala de nuevo. La yegua resiste. Agite de las aguas; sus salpicaduras caen en grandes cantidades en la pantalla de mis ojos o de mi mente, impidiéndome ver el resto.
Despierto.
Horses (dreams)
by Myrna Nieves
Beautiful dreams, in autumn tones: orange, gold, green, red, brown. A warm and pleasant climate. Two beautiful horses get into the water of a lake or pond. One is black and the other one is white. They are large, well built, shiny, with silky hair and long, thin, braided manes. In the water and on their skin the branches of the trees are reflected, like a trembling multicolored palette. The horses neigh and acknowledge each other with joy and love.
The call
A beautiful herd of horses. The owner, driven by impulse, recognizes its magnificence and dignity, and opens the corral. They say that about eighty years ago, my Uncle Lázaro bought $2000 worth of birds from all over the world (at the time it was a lot of money). He built a huge cage that could almost fit a house, with an archway, trees and water fountains inside. One morning he stared at the birds and then he flung the cage doors widely. Amid the uproar of the wings and the feathers that fell, and before the astonished eyes of his relatives who ran to see what was happening, my uncle shouted to the colored birds, “Go, damn it, you are free!”
The meadow is green, wild, festive. Far away, the horses trot and frolic, merrily. Some time has passed. The sky opens above, all blue, clear, immense. A whistle is heard and a beautiful large horse, perhaps a mare, with a long, silky mane, recognizes something; neighs. It is the leader of the group, and indicates to the other horses that it is going to separate momentarily. The rest of the herd grazes peacefully. At a gallop, the mare approaches a stream. The former owner, with a rope, approaches it, too. He misses his horses. He has stubble, dark circles under the eyes; his clothes are wrinkled. He is glad to see the faithfulness and love of his favorite horse.
The man enters the water and the horse enters the water as well. They walk towards each other. They reach a deeper part of the waters. I watch everything from the flank of the horse. The man speaks softly and the animal, really magnificent, enormous, lowers and raises its head in a gesture of affection. The man, not ruling out the possible danger, has approached cautiously, putting the rope around the horse’s neck. From my perspective, I think: mistake; he shouldn’t have tried to subjugate it again. The mare does not reject the rope, but does not take another step. The water reaches their chests; sometimes it splashes and clouds everything, as if I were seeing the scene through a lens. The man walks backwards and the horse watches him. The man pulls the rope. The horse does not move. The man pulls again. The mare resists. The water is stirred; a big splash hits the lens of my eyes or my mind, preventing me from seeing the rest.
I wake up.