Abrirse a la madrugada,
con todos los poros,
y palpar la textura de su ojal.
Por donde se deslizan brochazos
que trazaron el último impulso,
de la noche pasada
para estrangular el hierro de las armas
y ese último olor a polución.
Es un rito, bosque de noche,
una música como hallazgo entre ramas,
el susurrar del cielo que nos devuelve la fe,
aunque fecundada de espectros.
Se exorciza un veneno
que se multiplica en la carne,
desde el aceite de las flores
Todo es posible al principio del sendero,
se esparcen las tinieblas vaginales,
y nace el sol.