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The Literary Review: Issue 10

      FICTION        Page 13

Reencuentro con la enana
by
Anthony Dawson

Esta historia me resultó difícil de escribir, tanto física como emocionalmente, como se verá más adelante.

Todo se remonta a cuando escribí un cuento sobre una señora enana que había visto desde la ventana de mi apartamento paseando a su perro. Aunque nunca había hablado con ella, me inventé un cuento sobre esa mujer. Mi intención fue mostrar empatía por su condición, a la vez que le atribuía poderes mágicos. Posteriormente, no pude dejar de pensar en la enana. Empecé a obsesionarme con ella, preguntándome cómo era realmente, a qué se dedicaba, cuánto tiempo llevaba viviendo por aquí y quiénes eran sus amigos. Un día, justo cuando salía de la puerta del condominio, allí estaba, esperando con su perro junto a su coche mientras una furgoneta mal aparcada se movía para que ella pudiera subir a su coche y marcharse.

Como había publicado recientemente el breve cuento inspirado en ella, tenía especial interés en entablar una conversación con ella, algo que hasta ahora sólo había sucedido en mi relato. Su perro, un dálmata, me dio la oportunidad de iniciar semejante charla. “Hola, supongo que los otros cien están en casa,” bromeé. Ella sonrió y contestó: “Claro. Y me tienen bastante ocupada.” Tenía una voz suave y agradable e irradiaba amabilidad. “La he visto varias veces desde mi ventana. ¿Vive usted por aquí?” le pregunté. “Sí, en esa calle”, dijo señalándola. Mientras charlábamos, le comenté que me dedicaba a escribir poesía de dudosa calidad y a producir algún que otro relato corto para mantenerme cuerdo durante la pandemia. Se mostró algo sorprendida pero dijo que le parecía una excelente manera de sobrellevar la penosa situación. Nuestra breve pero afable charla terminó cuando la furgoneta por fin se fue permitiéndole a la señora meter al perro en su coche y ella también pudo marcharse.

Nuestros caminos no volvieron a cruzarse hasta más o menos un mes más tarde. Nos encontramos por casualidad en las afueras de nuestro barrio, donde, como de costumbre, paseaba a su perro. La saludé alegremente, preguntándole cómo estaba. Su reacción no fue nada amistosa, nada que ver con la primera vez que hablamos. De hecho, estaba bastante irritada, incluso hostil. “¿Todo bien?” le pregunté. “Pues, la verdad es que no,” espetó. “¿Recuerda Vd. que me dijo que se dedicaba a escribir? Mencionó que, además de poesía, escribía, y cito textualmente, “algún que otro breve relato”. Su tono era irascible. “Eso es,” respondí. “Bueno, tengo un amigo que es un gran aficionado a las webs de literatura y se encontró con un relato corto llamado La enana que, al parecer, fue escrito por usted. Y no le hizo la menor gracia y ahora que lo he leído yo, a mí tampoco.” “Lo siento mucho”, respondí. “La verdad es que pensé que era bastante comprensivo con usted y su condición”. “¡Ya estamos otra vez! ¡Es a eso a lo que me refiero! No necesito su compasión ni que llame la atención sobre “mi condición”, como usted dice al describirla con tanto detalle. Tiene usted los mismos prejuicios subyacentes que los demás. En cuanto a esa sandez de que tengo poderes mágicos. ¿Qué tontería es esa? Simplemente pone de manifiesto que usted tiene las mismas fantasías sobre personas como yo que se narran en los cuentos de hadas.”

Estaba ya tan avergonzado que podía sentir que me encogía de vergüenza. “Sólo era un cuento, una ficción”, murmuré. “No era mi intención ofenderla.” Mientras hablaba, la miré a los ojos, y caí en la cuenta de que los míos estaban ahora al mismo nivel que los suyos… Al minuto siguiente, ¡estaba mirándole las rodillas! “¿Qué me está pasando?” grité. “¿Yo qué sé? No me pregunte a mí. Este cuento es suyo”, contestó ella y se marchó riendo.

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