El temblor
araña el tiempo de
abrazar la piedra
como se ama la pobreza,
como se quiere la abstinencia
como se adora la grava contaminada
del cuerpo
de unas manos,
sus telas hundidas
bajo el barro,
las miradas
frente a un río
de arena
de fondo incierto
de pozo,
como se escucha la garganta
después de brillar en estallido.
Los quehaceres
los caprichos del sol sobre la acera
así como hablamos del pesar que empapa un pecho
así como hablamos del punto que en que termina la boca
del beso
así como recorremos la curva del labio a punto
de nombrar la cuchilla
o el ojo que no verá la madrugada.
Y esta gota y la nostalgia salvaje y
el deseo desesperado del desierto,
y la mano que descubre el calor del mármol,
y la poesía y el aire fino de la noche
y de la cama,
y el estómago servido
en bandeja púrpura
y la caricia dorada de
la noria fundida
y el universo de la carne
desintegrado cráter
de tu –y mi– pequeño Marte.