Los sin techo de Sevilla
En una concurrida calle
del centro de Sevilla,
apoyada en un andador,
una viejecita encorvada
como salida de un cuento
de los Hermanos Grimm
y vestida de negro
de la cabeza a los pies,
alarga la mano.
Igual de pequeña
que la derretida
Bruja Mala del Oeste
del Mago de Oz,
ella también ha perdido su magia.
Los que están de compras pasan
por delante como si
no estuviera allí.
En otra calle,
junto a la iglesia
de Omnium Sanctorum,
está sentado en la sombra
un sin techo jorobado,
una gárgola caída
de su percha
en la cornisa.
Sus ojos no tienen vida.
Miran al frente
pero sin ver nada.
Mientras, el perro bóxer,
dormido a su lado,
parece igual de agotado,
y bastante flaco.
Una amenaza sin dientes.
En el Pasaje de Amores,
que desemboca
en la calle Amargura—
¿qué gracioso medieval
bautizó a estas calles?—
duerme otro hombre
en una cama de gomaespuma
bajo una manta mugrienta
dentro de una caja de cartón.
Los transeúntes hacen lo imposible
para evitar pasar cerca.